LLANTOS DEL EXILIO

LLANTOS DEL EXILIO

MENASSA, MIGUEL OSCAR

41,60 €
IVA incluido
Disponible en 1 semana
Editorial:
GRUPO CERO
Año de edición:
2001
Materia
Poesía
ISBN:
978-84-85498-98-7
Páginas:
80
Encuadernación:
RÚSTICA
Colección:
Poesía 2001
41,60 €
IVA incluido
Disponible en 1 semana
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"Lo universal se abre, un poeta nacerá en el tiempo a su escritura, un libro que no es sólo un libro sino el momento donde la vida deja de pertenecer a un hombre, para ingresar en órdenes precisos que hacen que un largo poema de amor se extienda, entre planicies coloreadas, por las intensidades de geografías inventadas a grandes pinceladas. Poemas y colores, límites donde la métrica se ajusta a la palabra y el ritmo es el latido aconteciendo imágenes que se diluyen de a ratos, que se transforman en aguadas nubladas por el llanto, hasta alcanzar la voz con la tristeza. Nocturnos de amor, versos libres, versos atados a la tierra como cantos libertarios, cadenas apretadas, retorcidas, implacables. Aguas de la pasión, odas y llantos y así el poeta coloca una particular manera del exilio que toma forma de cuerpo de mujer, de poesía.



Un llanto entre los llantos y el lugar de una nostalgia como una belleza hecha a jirones, arrancada del tiempo y de la vida. Un hombre entregado a sus abismos transforma su consistencia y se hace cristal de agua y es un llorar de letras, cataratas de luz convertidas en versos, selva radiante multiplicando los amores, arrojadas a la vida y el tiempo sufre un desgarrón de ausencias.



Era el momento de nacer y el poeta estaba en este paroxismo del mundo abierto en flor para iniciar la espera, un vagido inicial, una pequeña música deteniendo los tiempos para que la poesía fuese la única presencia creadora, iniciadora de un vuelo que alcanzará el cenit después de atravesar todos los llantos hasta el llanto final.



Un libro de amor, un libro donde la vida se hace posible porque es posible escribirla y el poema surge poderoso desplegando un vuelo donde vida y poesía se juntan para resolver la imposibilidad del desencuentro.

Del mundo y para el mundo, una separación y su destino y llanto del nacer marca el inicio de un brindis como un derramamiento de esplendor y el mundo se convierte en una pequeña y bella flor que espera en medio de la selva.



En la vida, el segundo llanto, pasos de la acrobacia dados tercamente buscando lo que nos es dado hallar. Viajando locamente por calles imposibles hasta que la búsqueda se hace íntima y coloquial y llega la declaración de libertad, donde ya no quiere caer, ni busca cielos imposibles, ni pasos adelante que alivien el dolor, y así un sueño más, vivido con los grandes amores, es la invitación del alma.



El tratamiento del amor adquiere el ritmo de lo humano y lo paradojal le hace decir querer amar de país a país, de océano a montaña, poniendo en juego los extremos para intercambiar con cierta alevosía y hacer el amor hasta romper el equilibrio que le permite amar, así la vida y la muerte se besan en las flores que agonizan, quemadas, rotas por el mismo sol que les da vida.



Amor y odio se parecen, amor y odio se parecen, gritaba el condenado y se abrazaba y se dejaba caer sobre su cuerpo y la tristeza alcanzaba dimensiones bestiales, como la soledad requerida, de la entrega final.



La inmensidad torna canción y rompe en llanto, llanto de amor, llanto de furia, tonto llanto y la metamorfosis del animal herido, toma al destierro en la simpleza del aljibe al que le falta el agua y el llanto se endurece como esos viejos hierros oxidados. Óxido lloro, lágrimas rotas por el amor que no se agota, siempre una belleza oculta como su última lágrima, aquella que se guarda, que está dispuesto a darla todavía, como el saber del mundo en ese verso.



Llantos de océanos, llorar por nada y otra vez la inmensidad lo ubica en el centro mismo del agua, y al mismo tiempo en lo que no puede deshacerse, son cosas como hielo frente al sol, dice.



Juego de lo blando y lo rocoso, de un mar lejano que suspira porque las olas vuelvan a traer aquel beso, de aquel amor perdido.



Y otra vez lágrimas como piedras despeñadas, montaña caída sobre la belleza, seda perforada por las balas del tiempo y todas las texturas y todos los matices vuelven a juntarse y lo sólido y lo líquido vuelven a ser deslizamientos de la pluma, poesía.



El poeta vuelve al libro para decirse en su llanto, que ahora es un fuego que viene de la letra y va a la letra, un fuego, una pulsión, y el hombre vive y muere, y la mujer toca un violín, silencio, interminable y se deja caer entre nosotros, tal vez desesperada de tanta soledad. Y la poesía vuelve a envolverlo porque ella es una mujer.



Yo soy la noche, le decía. Y la noche es una capa de visón caliente que se aprieta a él con ternura, al borde de las lágrimas. Y allí, ella, la poesía, hace de él un hombre masculino, que se deja morir a cada instante entre las letras, y toca su locura de alas, su pantera, su libertad espléndida, su mar, sus ojos de gaviota desesperada y escribe este poema.



La mujer se diluye en homenajes del tiempo transcurrido y los amantes se esconden como antaño para amarse y juntarse en una historia que lleva el nombre impreso de ardientes multitudes del amor.



Un homenaje al tiempo transcurrido, un largo exilio que cambia extensión marítima por meseta, mediterránea luz sonora, mar desolado pero abierto mar, mar que se abre como se abre el libro en una trilogía fabulosa donde los 60 años son cumplidos en tres dimensiones vividas de la misma manera y de manera diferente, el primer cumpleaños con el poeta que en largas caminatas con su amor llega a escribir el grandioso poema en una tarde de otoño a los cien años. El segundo cumpleaños, como plural donde escribe sus huellas digitales sobre el muro, un duro golpe al blanco del papel.



"Hice mármol del aire, bronce de la vida, diamante imperturbable de mi canto" noches de fuego y de escándalo donde intercambia a esa mujer de fuego por un frío poema.

Culmina su homenaje del tiempo que no pasa, en la hermandad del camarada, en ese reencuentro del hombre y la mujer sumando humanidad con su tierra americana sembrando el porvenir de la palabra, y el pasado queda plasmado en versos donde su ciudad deja en su cuerpo marcas. "Fui zanja hecha pedazos, quieta hoguera, / ... / pedazo de adoquín sangrante, / ... / un beso en el andén del tren perdido. /... / Camarada, todos juntos atados / luchando por las letras del pan, / por la agonía en buenas manos". Se borran los recuerdos como se borran los límites del territorio y el trazo del pincel en el autorretrato de espalda, borra todas las memorias y, el tiempo acontece cuando decide ser de aquí, aquí mi vida, las cosas de la tierra en mis amores. Mago de mí, ato al cuello del mundo el cinturón de ausencias del poema.



Y culmina en la alta cumbre, el último llanto, prisionero. El poeta se encadena a su destino de palabras y el lenguaje a su través juega su juego sempiterno, de una larga condena, porque la palabra no otorga ninguna libertad. Huella, te digo y existen los caminos, huella de mí y al menos, en soledad, algún sendero. Digo árbol y el verde forja toda mi realidad. Verdea el corazón de las mujeres, pone en el centro del corazón de mi amada la esmeralda perdida que brilla en el silencio. Y cae, hasta llegar a su verdad de musgo.



Hasta llegar a la verdad del hombre, vivir en su deseo, y la caída es una libertad cayendo, arrastrando al dolor en su caída, volando hasta la muerte donde el poeta aunque no la pronuncie sabe que ha de morir, con la alegría de haber sido un hombre y en su vuelo mayor, cóndor de la alta cumbre, con el alma lanzada a los vientos, sin dejar rastros, su cuerpo morirá."



NORMA MENASSA. Las 2001 Noches, nº 47

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